Manuel Capetillo
En orden el sitio. Mesa y
platos, limpios. Aún podría venir. Durante la madrugada, aguardando, me
entregué al sueño. La lluvia cesó, si acaso, cuando me encontré despierto. Mis
manos recorrieron la longitud de su cabellera, enredada entre los árboles. Presentí
que su boca huía de mi boca, ella adentrándose, llevando consigo al bosque en
la obscuridad de la selva y la tormenta. Más lejos, invisible para mí,
adivinado, un resplandor. Me detuve, a sabiendas de que, en mis manos, y entre
mis dedos alargados, algo hubo. Me acomodé en la mesa inexistente con intención
de conversar. Decidí al fin encaminarme al sitio de la espera. Imaginé que
allá, en la distancia, la noche me aguardaba. Luego aceleré mi prisa detenida,
incesante.
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