José B. Adolph
Gobernar la
nave se hace cada vez más problemático. Los hombres están inquietos; sólo la más
ardua disciplina, las más dulces promesas, las más absurdas amenazas mantienen
a la tripulación activa y dispuesta. Una humanidad que ya no se asombra de nada
nos vio partir hacia el más allá; estaba ya habituada a una desfalleciente
fascinación.
Comprendo a todos; éstos han sido años de sucesos
terribles, de convulsiones. Muertes masivas, guerras, inventos maravillosos;
¿quién podía entusiasmarse por una conquista de aquel espacio que ya nada nuevo
promete a hombres hartos de progreso? Los costos son elevados, pero ya nadie se
fija en cifras. Corre sangre y corre dinero en estos años en que somos, a la
vez, creadores y asesinos.
Amo y odio a mis compañeros. En cierto sentido, son
la hez del universo; en otro, son balbucientes niños en cuyas manos se moldea
el futuro. Abriremos una ruta que liberará a este planeta del hambre, de las
multitudes crecientes que ya no encuentran un lugar bajo el sol y que sólo
esperan, aterradas y resignadas, un juicio final del que desconfío; ¿cómo se puede
ser tan supersticioso en estos tiempos de triunfo de la ciencia, del arte, de
una nueva promesa de libertad como la que encarna esta nave?
Hemos partido hace meses; en este tiempo solitario
hemos recorrido la inmensidad de cambiantes colores, reducidos a lo mínimo. Nos
hemos visto convertidos en criaturas desnudas, flotando en la creación; los
hombres tienen miedo. Sabían que existía este vacío; lo supieron siempre. Pero
ahora que se sienten devorados por él, sus miradas se han endurecido para
siempre. El final es un lejano punto que no logro construirles.
Huimos de un mundo de miseria y hartazgo; de
violencia y caridad; de revolución y orden.
Habremos de retornar, sin duda,
pero tampoco puedo garantizárselo a ellos. Ven el vacío; no
son capaces de perseguir un sueño de plenitud.
No hay comunicación con un pasado que sólo
recobraremos como futuro. Y mi soledad es mayor; ¡ay de los que poseemos la
verdad y la seguridad! Una sola lágrima nuestra, descubierta por ellos,
equivaldría a una desesperada muerte.
Pero es inmensa la recompensa: al otro lado nos
esperamos nosotros mismos, encarnados en esa libertad y en esa abundancia de
que ahora carece nuestro planeta. Debemos durar, debemos resistir, no sólo
porque el retorno es imposible, sino porque mienten cuando dicen preferir la
seguridad de la prisión que dejaron. La verdad, me digo, es obligatoria. Y el
encargo que llevamos nos ha sido encomendado por todos los hombres de la
Tierra, aun por aquellos que no saben de este viaje e ignoran lo miserable de
su existencia.
El viaje continuará, así tuviera que matarlos a
todos y gobernar yo sólo la nave. Nadie puede escapar, si no es a través de su
propia muerte: confío en sus instintos, más que en sus razonados temores. Hasta
ahora no hemos encontrado las horribles pesadillas que algunos timoratos
previeron.
Sé que todo marchará bien, o todos moriremos
juntos; si así fuera, si lo último se cumpliera, otros retomarán la esperanza y
esa huida que será un gran encuentro. El cielo es negro sobre nosotros, pero
miles de luces nos acompañan; son como cirios de la esperanza. Ellos las miran
con temor y odio; no quieren comprender que son guardianes y guías; ¿cómo no
sentirse hermano de las estrellas, que observan, comprensivas, nuestra soledad
que es la de ellas?
Me siento solo, y no me siento solo. ¿Habrá alguien
que pueda comprender esta atracción por un abismo que para mí no es sino una
ruta más? Es cierto que a veces tengo miedo, como todos. No soy sino un hombre
frente a fuerzas desconocidas; las intuyo, pero no las domino; las comprendo,
pero no son mías. Pero sin miedo no hay esperanza.
Y, sin embargo, el tiempo es
largo, sobre todo para ellos. El viaje se les aparece infinito.
Empiezan a sentirse privados de toda realidad; se creen fantasmas de sí mismos.
Sus ojos me amenazan, porque siempre hay un culpable. La nave cruje y se mece,
la inmensidad es cada vez más aplastante, pese a esos signos que, desde hace un
par de días, nos aseguran que no hay error, que mis cálculos son correctos.
Debo anotar, pues, que ojalá se cumplan los
pronósticos favorables antes que el temor termine totalmente con la confianza.
Rogaré al Señor para que tal cosa no ocurra. Danos, pues, Señor, la gracia de
poder cumplir nuestra misión antes que finalice este octubre de 1492.
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