Miguelángel Flores
El
más complaciente es el clásico de toda la vida, el que lo hace por amor, y que
abunda sobre todo en otoño. Pero también satisface el acuciado por las deudas,
que prolifera en cualquier época del año. Lo mismo que el adorable artista
fracasado. O el solitario sin más, tan propio del invierno. Tampoco dejan de
interesar, más típicos de la primavera, los motivados por algún chantaje. Ya
sea sexual, financiero o criminal.
Es fácil imaginarlos a todos ellos, haga calor o
frío, transitando con niebla, helados y cabizbajos, por ese túnel sin luz al
fondo, sin una puerta lateral de emergencia por la que escapar. Hasta que
llegan tiritando a la única y fatal decisión de fugarse por las venas. De creer
hallar una salida con gas. De intentar liberarse mediante una soga, un disparo,
un balcón. Empeñarse en huir con pastillas, con trenes o tranvías. Y en el
último instante, al descubrirlos dudando, antes de que logren arrepentirse del
todo, asomar por detrás y susurrarles al oído: te aliviará.
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