Julio Cortázar
Cuando llega el momento, escribir como al dictado me es natural; por eso
de cuando en cuando me impongo reglas estrictas a manera de variante de algo
que terminaría por ser monótono. En este relato la “grilla” consistió en
ajustar una narración todavía inexistente al molde de la Ofrenda Musical de
Juan Sebastián Bach.
Se sabe que el tema de esta serie de variaciones en forma
de canon y fuga le fue dada a Bach por Federico el Grande, y que luego de
improvisar en su presencia una fuga basada en ese tema –ingrato y espinoso–, el
maestro escribió la Ofrenda Musical donde el tema real es tratado de una
manera más diversa y compleja. Bach no indicó los instrumentos que debían
emplearse, salvo en el Trío-Sonata para flauta, violín y clave; a lo
largo del tiempo incluso el orden de las partes dependió de la voluntad de los
músicos encargados de presentar la obra. En este caso me serví de la
realización de Millicent Silver para ocho instrumentos contemporáneos de Bach,
que permite seguir en todos sus detalles la elaboración de cada pasaje, y que
fue grabado por el London Harpsichord Ensemble en el disco Saga XID
5237.
Elegida esta versión (o después de ser elegido por ella,
ya que escuchándola me vino la idea de un relato que se plegara a su decurso)
dejé pasar el tiempo; nada puede ser apurado en la escritura y el aparente
olvido, la distracción, los sueños y los azares tejen imperceptiblemente su
futuro tapiz. Viajé a una playa llevando la fotocopia de la tapa del disco
donde Frederick Youens analiza los elementos de la Ofrenda Musical; vagamente
imaginé un relato que enseguida me pareció demasiado intelectual. La regla del
juego era amenazadora: ocho instrumentos debían ser figurados por ocho
personajes, ocho dibujos sonoros respondiendo, alternando u oponiéndose debían
encontrar su correlación en sentimientos, conductas y relaciones de ocho
personas. Imaginar un doble literario del London Harpsichord Ensemble me
pareció tonto en la medida en que un violinista o un flautista no se pliegan en
su vida privada a los temas musicales que ejecutan; pero a la vez la noción de
cuerpo, de conjunto, tenía que existir de alguna manera desde el principio,
puesto que la poca extensión de un cuento no permitiría integrar eficazmente a
ocho personas que no tuvieran relación o contacto previos a la narración. Una
conversación casual me trajo el recuerdo de Carlo Gesualdo, madrigalista genial
y asesino de su mujer; todo se coaguló en un segundo y los ocho instrumentos
fueron vistos como los integrantes de un conjunto vocal; desde la primera frase
existiría así la cohesión de un grupo, todos ellos se conocerían y amarían u odiarían
desde antes; y además, claro, cantarían los madrigales de Gesualdo,
nobleza obliga. Imaginar una acción dramática en ese contexto no era difícil;
plegarla a los sucesivos movimientos de la Ofrenda Musical contenía el
reto, quiero decir el placer que el escritor se había propuesto antes que nada.
Hubo así la cocina literaria imprescindible; la telaraña
de las profundidades habría de mostrarse en su momento, como ocurre casi
siempre. Para empezar, la distribución instrumental de Millicent Silver
encontró su equivalencia en ocho cantantes cuyo registro vocal guardaba una
relación analógica con los instrumentos. Esto dio:
Flauta: Sandro, tenor.
Violín: Lucho, tenor.
Oboe: Franca, soprano.
Corno inglés: Karen, mezzo soprano.
Viola: Paola, contralto.
Violoncello: Roberto, barítono.
Fagote: Mario, bajo.
Clave: Lily, soprano.
Vi a los personajes como latinoamericanos, con asiento
principal en Buenos Aires donde ofrecerían el último recital de una larga
temporada que los había llevado a diferentes países. Los vi en el inicio de una
crisis todavía vaga (más para mí que para ellos), donde lo único claro era esa
fisura que empezaba a operarse en la cohesión propia de un grupo de
madrigalistas. Había escrito los primeros pasajes al tanteo –no los he
cambiado, creo que nunca he cambiado el comienzo incierto de tantos cuentos míos,
porque siento que sería la peor traición a mi escritura– cuando comprendí que
no era posible ajustar el relato a la Ofrenda Musical sin saber en
detalle qué instrumentos, es decir, qué personajes figuraban en cada pasaje
hasta el fin. Entonces, con una maravilla que por suerte todavía no me ha
abandonado cuando escribo, vi que el fragmento final tendría que abarcar a
todos los personajes menos a uno. Y ese uno, desde las primeras páginas
ya escritas, había sido la causa todavía incierta de la fisura que se estaba
dando en el conjunto, en eso que otro personaje habría de calificar de clone.
En el mismo segundo la ausencia forzosa de Franca y la historia de Carlo Gesualdo,
que había subtendido todo el proceso de la imaginación, fueron la mosca y la araña
en la tela. Ya podía seguir, todo estaba consumado desde antes.
Sobre la escritura en sí: Cada fragmento corresponde al
orden en que se da la versión de la Ofrenda Musical realizada por
Millicent Silver; por un lado el desarrollo de cada pasaje procura asemejarse a
la forma musical (canon, trío-sonata, fuga canónica, etc.) y contiene
exclusivamente a los personajes que reemplazan a los instrumentos con arreglo a
la tabla supra. Será pues útil (útil para los curiosos, pero todo
curioso suele ser útil) indicar aquí la secuencia tal como la enumera Frederick
Youens, con los instrumentos escogidos por la señora Silver:
Ricercar a 3 voces: Violín, viola y violoncello.
Canon perpetuo: Flauta,
viola y fagote.
Canon al unísono: Violín,
oboe y violoncello.
Canon en movimiento contrario: Flauta, violín y viola.
Canon en aumento y movimiento contrario: Violín, viola y violoncello.
Canon en modulación ascendente: Flauta, corno inglés, fagote, violín, viola y violoncello.
Trío-Sonata: Flauta,
violín y continuo (violoncello y clave).
1. Largo
2. Allegro
3. Andante
4. Allegro
Canon perpetuo: Flauta,
violín y continuo.
Canon “cangrejo”: Violín
y viola.
Canon “enigma”:
a) Fagote y
violoncello
b) Viola y fagote
c) Viola y
violoncello
d) Viola y fagote
Canon a 4 voces: Violín,
oboe, violoncello y fagote.
Fuga canónica: Flauta
y clave.
Ricercar a 6 voces: Flauta, corno inglés, fagote, violín, viola y violoncello, con continuo de
clave.
(En el fragmento final anunciado como “a 6 voces”, el
continuo de clave agrega el séptimo ejecutante).
Como esta nota es ya casi tan extensa como el relato, no
tengo escrúpulos para alargarla otro poco. Mi ignorancia en materia de
conjuntos vocales es total, y los profesionales del género encontrarán aquí
amplio motivo de regocijo. De hecho, casi todo lo que conozco sobre música y
músicas me viene de la tapa de los discos, que leo con sumo cuidado y provecho.
Esto vale también para las referencias a Gesualdo, cuyos madrigales me
acompañan desde hace mucho. Que mató a su mujer es seguro; lo demás, otros
posibles acordes con mi texto, habría que preguntárselo a Mario.
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