Miguelángel Flores
La
sigue hace rato. Desde que la descubrió pasando apresurada por delante de su
casa, sin detenerse a mirar. Tras su puerta entreabierta, la observó parada
unos instantes en medio de la plaza, junto al banco de piedra. Nadie cambia
tanto ni del todo, pensó. Observándola de lejos, la tarde se vuelve antigua.
Antigua y blanda, como de cielo encapotado anunciando tormenta. Luego, cuando
la vio echar a andar de nuevo voceó a su madre, que andaba dentro, que salía a
comprar pan. Ha regresado y tiene que explicarle. Ni siquiera oyó a la anciana
decir que ya lo había comprado ella.
La persigue en la distancia. La ve saludar a alguna
vecina, sonreír triste ante la casa del Segundino. “La Según”, del que todos en
el pueblo se reían, hasta que se quitó la vida, y luego todos en el pueblo se
arrepintieron. Una vez le ha parecido que casi le descubre, y ha disimulado
mirando un escaparate. Lo ha visto hacer en las películas. Solo que le pilló
ante la pescadería, y se entretuvo contemplando besugos y pescadillas. Busca
ese momento en el que acercarse. Ha de preguntarle. Tiene que saberlo. Entonces,
la ve tomando rumbo a Las Culebras, donde todas las generaciones juegan, y
nunca pierden, a ser adultos. Es el momento. Acelerando tras ella, se siente de
pronto a lomos de caballo, aunque es sólo su pecho el que trota. Contárselo.
Han pasado muchos años, pero ha cumplido su palabra: ella nunca se casó.
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