Francisco Lezcano Lezcano
1.
El sol quemaba como metal fundido. La tierra humeaba ardiente. Quinientos
hombres recorrían el desierto. Quinientos supervivientes al hambre que la falta
de agua había repartido sobre los campos. Mil fueron al principio: los que
salieron de la zona más castigada, ya muy lejos detrás de ellos. Andaban sin
fuerzas, depauperados, agotados y hambrientos; casi perdida la esperanza de
llegar vivos a un lugar donde el murmullo del agua y el paisaje de los prados
devolviese la sonrisa a los ojos y la vida a la carne…
I.
Klaunio miró a su compañero. Klasba tenía las facultades supranormales de
levitación y de transporte en tensión, pero todo iba mal porque continuaban
perdiendo dirección y altura a velocidad supersónica, la operación contacto
parecía destinada al fracaso. gotas de rosado sudor empezaban a brotar sobre la
piel de los astronautas. Klaunio se concentró más aun, intentando sostener la
cohesión molecular de la burbuja psíquica de traslado… el miedo iba
introduciéndose en sus espíritus… el esfuerzo fabuloso había tintado de violeta
intenso el rostro de los dos mensajeros…
2.
La pobre gente, embrutecida e ignorante, marchaba hacia utópicos campos de
trigo que nadie sabía dónde estaban. Entre palabrotas algunas voces pedían
comida. Y, en efecto, era lo que necesitaban. Pero, ¿quién tenía la posibilidad
de dársela? ¿La arena? Todos sabían que la arena no podía producir alimentos.
II.
Klaunio y Klasba no podían más, contemplaban asustados cómo el sol venía hacia
ellos y cómo, por momentos, sus facultades mentales energéticas perdían
eficacia, la causa del fracaso no podían figurársela, las moléculas de la
burbuja estaban a punto de esparcirse en todas direcciones.
Los sudorosos y violetas navegantes iban
adquiriendo la certidumbre de que la proyectada teletransportación discurría
hacia el fracaso. Klasba, rígido y tembloroso, con un gemido que reflejaba
angustia infinita, habló precipitadamente:
–Continúa, resiste, yo estoy acabado, no puedo más –e
inmediatamente desapareció, como si nunca hubiese existido.
3.
Algunos pensaban que era mejor dejarse caer al suelo para, al menos, reposar
hasta que la muerte fuera a buscarlos. Sólo un viejo profesor monologaba sin
cesar, no por convencer, sino con el único propósito de darse valor a sí mismo.
Los demás ya no se quejaban.
–Un día los hombres no morirán
de hambre. Ellos vendrán para enseñarnos mil maneras de hacer pan, mil modos de
obtener alimentos. Nadie huirá. Nadie esperará a que la harina le caiga del
cielo, pues hasta los niños sabrán hallar la comida que abunda en el mundo y
cuya fuente aún no nos ha sido revelada. Alguna idea llegará explicando a los
hombres cómo unirse contra los que se llevan el grano a paletadas, contra los
que olvidan los caminos cubiertos de muertos…
III.
Klaunio se superconcentró, pero no pudo dar más de sí. Y regresó al punto de
partida. La burbuja, sin ataduras materializantes, se disolvió en el aire con
la suavidad de una pluma. Las partículas de su extraordinaria materia fueron
cayendo como ligeros copos de nieve…
4.
Los hombres miraron atónitos al cielo. Parecía nevar a pleno sol. Un alucinado
probó los copos y, súbitamente lleno de euforia, comenzó a gritar:
–¡Milagro! ¡Milagro!
Todos, saltando y llorando de alegría, masticaban a
dos carrillos, se llenaban la boca con aquellas escamas blancuzcas, agradables
al paladar, que estaban tapizando las dunas…
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