José Francisco Conde Ortega
La Navidad en pleno
sorprendió a Julio Bello Galán en el Metro. Al tener que cumplir con
compromisos familiares, tuvo que trasladarse lejos de sus lares crudo y
desvelado, ya tenía buen rato viajando en el sistema de transporte colectivo.
Ya llevaba recorridas casi todas las líneas de ida y vuelta; y no podía mantenerse
despierto el tiempo suficiente para bajarse donde se proponía. Así, a ratos
soñaba y a ratos se preocupaba por su destino. Finalmente se resignó y pensó en
su juventud, cuando dejaba pasar la cruda y el sueño viajando en la ruta de
camiones que conocía: la Hipódromo-Irrigación. Y mientras no empeorara esta
cruda, podía seguir durmiendo en el Metro. Y soñando, pues él era un hombre de
buena voluntad; y sus sueños siempre eran felices.
Soñó que el número de vendedores ambulantes se
había reducido considerablemente; que sí había, pero solamente la cantidad
necesaria, como antes. Por la Central Camionera, en la línea 5, lo medio
despertó un mendigo trasnacional: un hombre rubio y barbado que en mal español
pedía dinero. El poeta cambió de andén, tomó la dirección a Pantitlán y siguió
soñando. Vio al mendigo ser convencido por los policías, amablemente, para que
abandonara el Metro. Y vio, también, que todos los policías de la ciudad eran
amables y serviciales, honestos y fieles a su deber, incorruptibles y celosos
con su obligación de proteger a la ciudadanía.
Luego hiló el sueño con esa especie de rateros en
extinción, la de los maestros en el dos de bastos, la de los que se preocupaban
por quitar el dinero sin que la víctima se diera cuenta. Se sobresaltó al
pensar en la violencia de los rateros actuales; y estuvo a punto de despertar,
pero rápidamente se sintió dueño de un coche. Se sintió seguro de manejar en
una ciudad limpia y ordenada, en la que se podía mover con prontitud; y en la
que los automovilistas particulares no eran considerados culpables de todos los
problemas de la ciudad. Quiso, por impunidad, sentirse al volante de una
patrulla o de un materialista, o de un microbús, para poder contaminar a gusto.
Algo en su interior se removió y despertó en la estación Pantitlán. Se cambió a
la línea 1 y siguió durmiendo.
Soñó que los líderes de los sindicatos de
instituciones educativas, obreras y de todo tipo no pensaban en su provecho
personal, ni en grillas; que todo funcionaba tan bien en beneficio de la gente,
que ésta vivía feliz y agradecida con sus gobernantes. Soñó que no tendría
problemas para publicar su libro de poemas, porque las editoriales se lo
arrebataban y sólo tenía que escoger la mejor oferta. La cruda, creciente, lo
despertó en Candelaria.
Trasbordó rumbo a Bondojito y ya no pudo dormir.
La cruda era terrible y los sueños iban haciéndole daño. Se bajó en su
estación, y vio tanta gente que tuvo la impresión de seguir soñando. No le
costó trabajo encontrar una tienda para tomarse una cerveza, y añoró el pasado:
antes, en Navidad todo estaba cerrado; y la gente, en sus casas. De algunas
navidades para acá todos los días parecían iguales. Compró unos bolillos para
comer en su casa y se los dieron más caros. Pensó en sus deseos de Año Nuevo y
en sus posibles destinatarios. El espíritu de la época se impuso y sólo deseó
que los mexicanos comieran menos sopa de letras y más tranquilidad. A los
gobernantes les deseó paz, mucha paz para poder seguir celebrando la Navidad. Y
para tener la oportunidad de mejores deseos de Año Nuevo.
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