José Francisco Conde Ortega
–Así es que te sacaste el
premio mayor.
La respuesta a esa pregunta-afirmación fue una
sonrisa entre compungida y escéptica. Alfredo no pudo, o no quiso, contestarle
a Julio Bello Galán con palabras; sólo quiso fulminarlo con la mirada, Julio no
se inmutó y sostuvo esa mirada de los ojos verdes de Alfredo, que le recordó la
circunstancia, meses atrás, de la obtención del premio.
Una de tantas noches, el Molino Rojo estaba
particularmente animado. La pista estaba repleta de parejas que gozaban de un
espectáculo extra: una pareja insólita en ese lugar hacía las delicias de los
concurrentes: ella practicaba figuras y contorsiones sobre el piso de luces
rojas; él la contemplaba, mientras le aplaudía, y ponía cara de estar llegando
al éxtasis de la felicidad. Además, su apariencia tampoco era común. Ella,
aunque vestía casi igual que la mayoría de las muchachas del lugar –llevaba
mallas ajustadísimas y una blusa brillosa–, algo en su persona la hacía
diferente. Tal vez su cabello, castaño, bastante largo. Cierta distinción
natural de su parte y las habilidades dancísticas de su pareja les ganaron los
motes de John Lennon y Janis Joplin.
Después todo sucedió con mucha rapidez. El grupo
Super Amigo y Los Perros Negros no dejaban de dedicar sus piezas a la pareja,
causando malestar y coraje en las muchachas habituales –la Tuza, la Ruta 100,
la Elsa Aguirre, Miriam Martha, etcétera–, que decían no conocer a quien se
estaba robando la noche. Pero la pareja vivía su momento. Ya en la mesa, donde
compartían tragos y poesía con el propio Julio Bello Galán, Satán Patrañas y el
poeta de Biafra, Alfredo, John Lennon y Janis Joplin se besaban queriendo
succionarse los sesos, si los tenían esa noche.
Al filo de la medianoche, y al conjuro de “tenemos
cigarros, tenemos ron y unas ganas inmensas”, decidieron seguir la parranda en
la guarida de Satán Patrañas.
Ya instalados ante nuevos tragos, el romance
siguió en tal dimensión que Julio, Satán y el biafrano decidieron irse a
dormir. Sólo Satán y el Bello Galán lo cumplieron. El poeta del continente
prieto se quedó un momento más, posiblemente excitado ente la desnudez de la
Janis, y el ataque persistente, del cordial del Alfredo, a esa fortaleza
precariamente defendida por encrespadas olas negras y pudor incierto. Quizás
pensaba en una denodada lucha de relevo hasta el cercano amanecer.
Cuando Julio y Satán Patrañas despertaron, el
poeta de Biafra dormía en una silla y la pareja primigenia iba saliendo del
baño, feliz y más enamorada. Todos juntos abandonaron el refugio y tomaron
rumbo al metro. Lennon y la Janis se fueron juntos; los otros tres decidieron
buscar la clemencia de unas Victoria. Desde entonces Julio no veía a Alfredo.
Por eso Alfredo se sentía un poco incómodo; tal
vez por la sonrisa indescifrable de Bello Galán y el largo silencio. Casi
enojado, dijo Alfredo: “De haber sabido no te cuento nada”. Y no lograba
entender el peculiar humor de Julio, quien le decía que, en estos tiempos de
crisis y de pactos, a nadie le hace daño ser millonario, aunque fuera en
unidades de penicilina.
Después de tanto tiempo sin verse, Alfredo
esperaba más comprensión en esa plática de poeta a poeta. Quizás por eso su
reacción es explicable: hizo como que se espantaba una mosca, con gran
violencia, de la oreja derecha, y dejó a Julio Bello Galán hablando solo. Éste
ni se inmutó. Su inquieta mente estaba comenzando a urdir las primeras líneas
de un nuevo poema contra la burguesía.
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