domingo, 9 de junio de 2024

Los cuentos que a mí me gustan

Francisco Rodríguez Criado

 

Me acabo de enterar de que la tía Daryna no podrá estar en la fiesta. “Se ha ido”, me explica mi padre. “De viaje –añade mi madre–. ¿Recuerdas que la abuela vive en París, donde está esa torre de hierro tan bonita? Pues se ha ido a pasar unos días con la abuela”.

Es una pena, pues me gusta la tía Daryna, y yo quisiera que estuviera aquí para cantar canciones con ella y comer vergun. También me gusta el primo Demyan, que antes se pasaba por casa cada dos o tres días para tomarse el café tan rico que le prepara mamá, pero ya hace tres semanas que no le vemos. “Se ha ido a estudiar a España. Ya sabes que siempre ha sido muy estudioso”, dice mamá. “¡Será un gran médico! Un cirujano de primera, uno de esos doctores que salvan vidas”, añade papá.

“Pues cuando venga, que me recete un jarabe, porque creo que tengo catarro”, digo yo, tosiendo sin demasiado énfasis. Mis padres sonríen y resoplan.

Es una pena que no vengan a celebrar con nosotros. Aquí ya no vemos a nadie. Se van todos. De viaje. A estudiar. A conocer mundo. A visitar a un pariente en el extranjero. A cuidar niños como yo. A ser felices.

Eso es lo que dicen papá y mamá, a veces sin decirlo.

Últimamente, están más callados, y aun así siempre tienen una respuesta para todo.

Si pregunto, dirán que Bohdan se ha caído y está en el hospital, y que por eso llora su madre, porque tiene una pierna escayolada.

Si pregunto, dirán que no hay escuela porque la están pintando y cambiando los pupitres.

Si pregunto, dirán que el avión que se cayó del cielo, ese del que habló el abuelo Taras (“¡Chist!”, le soltaron mis padres al unísono), fue porque se quedó sin combustible. Por suerte, el piloto saltó en paracaídas. Eso al menos dijo el abuelo. ¿O fueron mis padres?

Tienen una respuesta para todo, menos para explicarme por qué mañana estaremos solos nosotros tres en casa en la celebración de mi séptimo cumpleaños.

Yo a mis padres los quiero mucho, y a mi tía, y a mi primo. Y estoy deseando volver a salir al parque y al colegio, jugar con mis amigas Anna y Natalka, comprar en la tienda del señor Oleksandr el pan y la tarta Kiev, que es mi postre preferido. Ah, y también estoy deseando que arreglen el televisor, que mis padres ya no encienden nunca porque al parecer se ha estropeado. Igual que la radio. Y de internet ni hablemos. Ya es mala suerte: todo se estropea.

Son tantas las cosas que quiero volver a hacer cuando se termine esta guerra, cuando dejemos de escuchar el ruido de las balas y las bombas, y se vayan los soldados de Putin y sus tanques.

Estoy deseando que este infierno termine para que pasen por casa todos los familiares y amigos (si siguen vivos…), y para que mis padres dejen de cuchichear y de mirarse de reojo y vuelvan a leerme cada noche las historias de antes: “Caperucita”, “El gato con botas”, “Pinocho”…

Porque son esos, y no otros, los cuentos que a mí me gustan.

 

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