Fernando Iwasaki
Cuando la madre Angelines murió, las campanas del
convento doblaron mientras un delicado perfume se esparcía por todo el claustro
desde su celda. “Son las señales de su santidad”, proclamó sobrecogida la madre
superiora. “Nuestro tesoro será descubierto y ahora el populacho vendrá en
busca de reliquias y el arzobispo nos quitará su divino cuerpo”. Después del
santo rosario nos arrodillamos junto a ella. Hasta sus huesos eran dulces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario