Adriana Azucena Rodríguez
Le eché el camión encima porque no pude soportarlo.
Día tras día, ese horrible vecino de al lado escuchaba música a todo volumen.
No me dejaba leer, pensar, descansar. Él estaba seguro –y me lo hizo saber
cuando le rogué que bajara el volumen– de que mi vida era tan triste que me
alegraría escuchar su música guapachosa. Por fin, compré una casa. Me aseguré
de que no hubiera vecinos ruidosos, que las paredes no dejaran pasar sonido
alguno. Sobra decir que gasté cuanto tenía, que trabajé jornadas dobles, que me
privé de todo.
No podía
negarme el gusto de tocar a su puerta y despedirme. Abrió, después de que toqué
durante diez minutos. Traía puestos unos audífonos. Me mostró el ipod que se
acababa de comprar. Fue entonces cuando le dije que tenía algo para él en la
mudanza, que si me acompañaba al estacionamiento.
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