Fernando Iwasaki
Así
me decía siempre mamá, pero Agustín no era un extraño porque todos los días me
ofrecía caramelos a la salida del colegio. Además, cada vez que me llevaba a su
taller me regalaba muñecas. Muy bueno era Agustín, me hacía cariñitos.
Mamá me contaba historias bien feas de niñas que se
perdían porque se las robaban las gitanas o el hombre de la bolsa. Yo sabía que
las gitanas se llevaban a las niñas para obligarlas a vender flores, pero nunca
supe qué te hacía el hombre de la bolsa. Con Agustín yo juego a que me toca y
yo lo toco, y siempre gano pues al final no se puede aguantar. Mamá es una
miedosa porque dice que si hablo con extraños seguro que no me vuelve a ver.
En el taller de Agustín hay muchas cosas que cortan
y queman y pinchan. También tiene un avión desarmado que un día servirá para
volar e irnos de viaje. Por eso me puso el pañuelo mágico en la nariz, porque
los aviones marean y tengo que acostumbrarme. Después ya no me acuerdo de nada:
una colonia bien fuerte, un sueño como regresando de la playa y muchas cosas
que cortan y queman y pinchan.
A veces salgo del taller de Agustín y vuelvo al
colegio porque ahora nadie me llama la atención. Me gusta hacer lo que quiero y
caminar de noche, pero me da pena mamá, siempre mirando triste por la ventana.
Le hablo y no me hace caso y entonces vuelvo al taller con mis juguetes de
niebla. Seguro que si Agustín no fuera un extraño mamá me volvería a ver.
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