Miguelángel Flores
Las tardes más calurosas del verano las pasábamos
en el río jugando a submarinos. O buscando renacuajos y piedras de tres
colores. Mientras, ellos se querían de la mano sobre una manta y de vez en
cuando vigilaban que los dos sacáramos la cabeza. Es curioso que recuerde
aquellos momentos como fotos en blanco y negro. Desde el día que la saqué yo y
mi hermano no, la vida es otra. Ahora en casa es como si buceáramos todos. En
agua marrón. Sin ruido. Todo el tiempo. Silenciosos. A veces, cuando hablo,
ellos me miran como si estuviera muy lejos. O como si prefiriesen que yo
tampoco buscara salir a respirar.
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