Julio Cortázar
Un vértigo, una brusca irrealidad. Es entonces cuando la otra, la
ignorada, la disimulada realidad salta como un sapo en plena cara, digamos en
plena calle (¿pero qué calle?) una mañana de agosto en Marsella. Despacio,
Lucas, vamos por partes, así no se puede contar nada coherente. Claro que. Coherente.
Bueno, de acuerdo, pero intentemos agarrar el piolín por la punta del
ovillo, ocurre que a los hospitales se ingresa habitualmente como enfermo pero
también se puede llegar en calidad de acompañante, es lo que te sucedió hace
tres días, y más precisamente en la madrugada de anteayer cuando una ambulancia
trajo a Sandra y a vos con ella, vos con su mano en la tuya, vos viéndola en coma
y delirando, vos con el tiempo justo de meter en un bolsón cuatro o cinco cosas
todas equivocadas o inútiles, vos con lo puesto que es tan poco en agosto en
Provenza, pantalón y camisa y alpargatas, vos resolviendo en una hora lo del
hospital y la ambulancia y Sandra negándose y médico con inyección calmante, de
golpe los amigos de tu pueblito en las colinas ayudando a los camilleros a
entrar a Sandra en la ambulancia, vagos arreglos para mañana, teléfonos, buenos
deseos, la doble puerta blanca cerrándose cápsula o cripta y Sandra en la
camilla delirando blandamente y vos a los tumbos parado junto a ella porque la
ambulancia tiene que bajar por un sendero de piedras rotas hasta alcanzar la
carretera, medianoche con Sandra y dos enfermeros y una luz que es ya de
hospital, tubos y frascos y olor de ambulancia perdida en plena noche en las
colinas hasta llegar a la autopista, bufar como tomando empuje y largarse a
toda carrera con el doble sonido de su bocina, ese mismo tantas veces escuchado
desde fuera de una ambulancia y siempre con la misma contracción del estómago,
el mismo rechazo.
Desde luego que conocías el itinerario pero Marsella
enorme y el hospital en la periferia, dos noches sin dormir no ayudan a
entender las curvas ni los accesos, la ambulancia caja blanca sin ventanillas,
solamente Sandra y los enfermeros y vos casi dos horas hasta una entrada,
trámites, firmas, cama, médico interno, cheque por la ambulancia, propinas,
todo en una niebla casi agradable, un sopor amigo ahora que Sandra duerme y vos
también vas a dormir, la enfermera te ha traído un sillón extensible, algo que
de sólo verlo preludia los sueños que se tendrán en él, ni horizontales ni
verticales, sueños de trayectoria oblicua, de riñones castigados, de pies
colgando en el aire. Pero Sandra duerme y entonces todo va bien, Lucas fuma
otro cigarrillo y sorprendentemente el sillón le parece casi cómodo y ya
estamos en la mañana de anteayer, cuarto 303 con una gran ventana que da sobre
lejanas sierras y demasiado cercanos parkings donde obreros de lentos
movimientos se desplazan entre tubos y camiones y basuras, lo necesario para
remontarle el ánimo a Sandra y a Lucas.
Todo va muy bien porque Sandra se despierta aliviada y
más lúcida, le hace bromas a Lucas y vienen los internos y el profesor y las
enfermeras y pasa todo lo que tiene que pasar en un hospital por la mañana, la
esperanza de salir en seguida para volver a las colinas y al descanso, yogur y
agua mineral, termómetro en el culito, presión arterial, más papeles para
firmar en la administración y es entonces cuando Lucas, que ha bajado para firmar
esos papeles y se pierde a la vuelta y no encuentra los pasillos ni el
ascensor, tiene como la primera y aún débil sensación de sapo en plena cara, no
dura nada porque todo está bien, Sandra no se ha movido de la cama y le pide
que vaya a comprarle cigarrillos (buen síntoma) y a telefonear a los amigos
para que sepan cómo todo va bien y lo prontísimo que Sandra va a volver con
Lucas a las colinas y a la calma, y Lucas dice que sí mi amor, que cómo no,
aunque sabe que eso de volver pronto no será nada pronto, busca el dinero que por
suerte se acordó de traer, anota los teléfonos y entonces Sandra le dice que no
tienen dentífrico (buen síntoma) ni toallas porque a los hospitales franceses
hay que venir con su toalla y su jabón y a veces con sus cubiertos, entonces
Lucas hace una lista de compras higiénicas y agrega una camisa de recambio para
él y otro slip y para Sandra un camisón y unas sandalias porque a Sandra la
sacaron descalza por supuesto para subirla a la ambulancia y quién va a pensar
a medianoche en cosas así cuando se llevan dos días sin dormir.
Esta vez Lucas acierta a la primera tentativa el camino
hasta la salida que no es tan difícil, ascensor a la planta baja, un pasaje
provisional de planchas de conglomerado y piso de tierra (están modernizando el
hospital y hay que seguir las flechas que marcan las galerías aunque a veces no
las marcan o las marcan de dos maneras), después un larguísimo pasaje pero éste
de veras, digamos el pasaje titular con infinitas salas y oficinas a cada lado,
consultorios y radiología, camillas con camilleros y enfermos o solamente
camilleros o solamente enfermos, un codo a la izquierda y otro pasaje con todo
lo ya descrito y mucho más, una galería angosta que da a un crucero y por fin
la galería final que lleva a la salida. Son las diez de la mañana y Lucas un
poco sonámbulo pregunta a la señora de Informaciones corno se consiguen
los artículos de la lista y la señora le dice que hay que salir del hospital
por la derecha o la izquierda, da lo mismo, al final se llega a los centros comerciales
y claro, nada está muy cerca porque el hospital es enorme y funge en un barrio excéntrico,
calificación que Lucas habría encontrado perfecta si no estuviera tan sonado, tan
salido, tan todavía en el otro contexto allá en las colinas, de manera que ahí
va Lucas con sus zapatillas de entrecasa y su camisa arrugada por los dedos de
la noche en el sillón de supuesto reposo, se equivoca de rumbo y acaba en otro
pabellón del hospital, desanda las calles interiores y al fin da con una puerta
de salida, hasta ahí todo bien, aunque de cuando en cuando un poco el sapo en
plena cara, pero él se aferra al hilo mental que lo une a Sandra allá arriba en
ese pabellón ya invisible y le hace bien pensar que Sandra está un poco mejor,
que va a traerle un camisón (si encuentra) y dentífrico y sandalias. Calle
abajo siguiendo el paredón del hospital que ripiosamente hace pensar en el de
un cementerio, un calor que ha ahuyentado a la gente, no hay nadie, sólo
los autos raspándolo al pasar porque la calle es estrecha, sin árboles ni
sombra, la hora cenital tan alabada por el poeta y que aplasta a Lucas un poco
desanimado y perdido, esperando ver por fin un supermercado o al menos dos o
tres boliches pero nada, más de medio kilómetro para al fin después de un viraje
descubrir que Mammón no ha muerto, estación de servicio que ya es algo, tienda (cerrada)
y más abajo el supermercado con viejas acanastadas saliendo y entrando y
carritos y parkings llenos de autos. Allí Lucas divaga por las diferentes
secciones, encuentra jabón y dentífrico pero le falla todo lo otro, no puede
volver a Sandra sin la toalla y el camisón, le pregunta a la cajera que le
aconseja tomar a la derecha después a la izquierda (no es exactamente la
izquierda pero casi) y la avenida Michelet donde hay un gran supermercado con
toallas y esas cosas. Todo suena como en un mal sueño porque Lucas se cae de
cansado y hace un calor terrible y no es una zona de taxis y cada nueva
indicación lo aleja más y más del hospital. Venceremos, se dice Lucas secándose
la cara, es cierto que todo es un mal sueño, Sandra osita, pero venceremos,
verás, tendrás la toalla y el camisón y las sandalias, puta que los parió.
Dos, tres veces se para a secarse la cara, ese sudor no
es natural, es algo casi como miedo, un absurdo desamparo en medio (o al final)
de una populosa urbe, la segunda de Francia, es algo como un sapo cayéndole de
golpe entre los ojos, ya no sabe realmente dónde está (está en Marsella, pero
dónde, y ese dónde no es tampoco el lugar donde está), todo se da como
ridículo y absurdo y mediodía el justo, entonces una señora le dice ah el supermercado,
siga por ahí, después da vuelta a la derecha y llega al bulevar, enfrente está Le
Corbusier y en seguida el supermercado, claro que sí, camisones eso seguro, el
mío por ejemplo, de nada, acuérdese primero por ahí y después da vuelta.
A Lucas le arden las zapatillas, el pantalón es un mero
grumo sin hablar del slip que parece haberse vuelto subcutáneo, primero por ahí
y después da vuelta y de golpe la Cité Radieuse, de golpe y contragolpe
está delante de un bulevar arbolado y ahí enfrente el célebre edificio de Le
Corbusier que veinte años atrás visitó entre dos etapas de un viaje por el sur,
solamente que entonces a espaldas del edificio radiante no había ningún supermercado
y a espaldas de Lucas no había veinte años más. Nada de eso importa realmente
porque el edificio radiante está tan estropeado y tan poco radiante como la primera
vez que lo vio. No es lo que importa ahora que está pasando bajo el vientre del
inmenso animal de cemento armado para acercarse a los camisones y a las
toallas. No es eso pero de todos modos ocurre ahí, justamente en el único lugar
que Lucas conoce dentro de esa periferia marsellesa a la que ha llegado sin
saber cómo, especie de paracaidista lanzado a las dos de la mañana en un
territorio ignoto, en un hospital laberinto, en un avanzar y avanzar a
lo largo de instrucciones y de calles vacías de hombres, solo peatón entre
automóviles como bólidos indiferentes, y ahí bajo el vientre y las patas de
concreto de lo único que conoce y reconoce en lo desconocido, es ahí que el
sapo le cae de veras en plena cara, un vértigo, una brusca irrealidad, y es
entonces que la otra, la ignorada, la disimulada realidad se abre por un
segundo como un tajo en el magma que lo circunda, Lucas ve duele tiembla huele
la verdad, estar perdido y sudando lejos de los pilares, los apoyos, lo
conocido, lo familiar, la casa en las colinas, las cosas en la cocina, las
rutinas deliciosas, lejos hasta de Sandra que está tan cerca; pero dónde,
porque ahora habrá que preguntar de nuevo para volver, jamás encontrará un taxi
en esa zona hostil y Sandra no es Sandra, es un animalito dolorido en una cama
de hospital pero justamente sí, ésa es Sandra, ese sudor y esa angustia son el
sudor y la angustia, Sandra es eso ahí cerca en la incertidumbre y los vómitos,
y la realidad última, el tajo en la mentira es estar perdido en Marsella con
Sandra enferma y no la felicidad con Sandra en la casa de las colinas.
Claro que esa realidad no durará, por suerte, claro que
Lucas y Sandra saldrán del hospital, Lucas olvidará este momento en que solo y
perdido se descubre en lo absurdo de no estar ni solo ni perdido y sin embargo,
sin embargo. Piensa vagamente (se siente mejor, empieza a burlarse de esas
puerilidades) en un cuento leído hace siglos, la historia de una falsa
banda de música en un cine de Buenos Aires. Debe haber algo de parecido entre
el tipo que imaginó ese cuento y él, vaya a saber qué, en todo caso Lucas se
encoge de hombros (de veras, lo hace) y termina por encontrar el camisón y las
sandalias, lástima que no hay alpargatas para él, cosa insólita y hasta
escandalosa en una ciudad del justo mediodía.
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