Fernando Iwasaki
Los
moribundos tienen fugaces destellos de lucidez que se extinguen como velas en
la penumbra de la muerte. Mamá murió así, enumerando mis obligaciones,
recordándome mis deberes, indicándome en qué cajón estaban los papeles del
seguro, quiénes tenían libros suyos y sobre todo conminándome a proteger
siempre a mis hermanas. Pobre mamá. Su agonía había sido muy larga y jamás
esperamos que en el último instante podría despedirse así. Lentamente fue
cayendo en una somnolencia dolorosa, repitiendo una y otra vez los nombres de
mis hermanas. Cogí su mano y me dijo que le alegraba reunirse por fin con papá.
De pronto me clavó dulcemente las uñas y me pidió que nunca dejara solo a
Luisito, que estaba enfermito y me necesitaba. Y mamá murió como suponía,
reservando sus palabras finales para el pobre Luisito, que falleció de leucemia
cuando éramos niños.
Fuimos a casa de mamá a ordenar sus cosas y
escuchamos un llanto dentro del ropero. Mis hermanas dicen que es mi obligación
y me lo tuve que llevar a casa. Le gusta jugar con medias de nailon y pétalos
secos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario