Julio Cortázar
Como el progreso no-conoce-límites, en España se venden paquetes que
contienen treinta y dos cajas de fósforos (léase cerillas) cada una de las
cuales reproduce vistosamente una pieza de un juego completo de ajedrez.
Velozmente un señor astuto ha lanzado a la venta un juego
de ajedrez cuyas treinta y dos piezas pueden servir como tazas de café; casi de
inmediato el Bazar Dos Mundos ha producido tazas de café que permiten a las
señoras más bien blandengues una gran variedad de corpiños lo suficientemente
rígidos, tras de lo cual Ivés St. Laurent acaba de suscitar un corpiño que
permite servir dos huevos pasados por agua de una manera sumamente sugestiva.
Lástima que hasta ahora nadie ha encontrado una
aplicación diferente a los huevos pasados por agua, cosa que desalienta a los
que los comen entre grandes suspiros; así se cortan ciertas cadenas de la
felicidad que se quedan solamente en cadenas y bien caras, dicho sea de paso.
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