Francisco Rodríguez Criado
El que tiene fama de ser
el mejor microrrelatista de las últimas décadas, consagrado por público y
crítica, acaba de pergeñar una pieza literaria. Todo un valioso ejercicio de
economía del lenguaje (sólo 127 palabras), una brillante ficción en la que, de manera
sutil, explica cómo entiende el futuro de la humanidad. Está muy contento: ha
sabido plasmar con mucha puntería su opinión sobre el devenir del Hombre.
Pero al día
siguiente, tras un frugal desayuno, el gran escritor abre su cuaderno, relee su
relato y comprueba estupefacto que, aunque tiene posibilidades, está lejos de
ser redondo. Acto seguido, se pone manos a la obra. Reformula una oración
farragosa, sustituye un adjetivo insulso y elimina una coma criminal (¿cómo no
la detectó la noche anterior?), condena una expresión manida, convierte dos
frases en una… Su microrrelato, desnudo de artificio, ha ganado en calidad y
lirismo, desde luego, pero deberá pulirlo un poco más, darle más fuste,
procurar, en fin, que el iceberg de Hemingway no se hunda en las turbias aguas
de la palabrería.
Así que
nuestro abnegado hombre sigue y sigue en el proceso de creación. Absorto en una
pieza narrativa que cuanto más breve es, más sugestiva le parece, el
microrrelatista no tiene empacho en continuar mejorándola. Comprime un poco más
el texto, elimina ese ruidoso adverbio terminado en “mente”, reescribe la
introducción, acelera el ritmo, prescinde de redundancias y cacofonías, cambia
el título por otro menos explícito, retoca el final para hacerlo más
impactante… Cuanto más corrige, cuanto más conciso y destilado es su
microrrelato, más le gusta. “Menos es más” es el lema del movimiento Bauhaus,
que ahora, pluma estilográfica en mano, rememora agradecido.
Y así, pasada
la medianoche, extenuado, al límite de sus fuerzas, el genial escritor de
relatos hiperbreves da por concluida su última creación.
Es su
microrrelato más sobresaliente, de eso no tiene dudas. Es más: pese a no ser
una persona vanidosa, no descarta que haya escrito el mejor microrrelato de la
Historia. Una ficción ultrabreve que –todos sus lectores estarán de acuerdo en
ello– muestra como ninguna otra las bondades de la escritura lacónica. La
brevedad hecha arte. La concisión apoyada en la intensidad. Una obra primorosa
a la que no le sobra ni le falta una coma. Un microrrelato que –lo diremos ya–,
plasmado en la marmórea blancura del folio en blanco, icono de la pureza, no
contiene una sola letra.
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