Fernando Iwasaki
Detesto los fantasmas de los niños. Asustados,
insomnes, hambrientos. El de casa llora desconsolado y se da de porrazos contra
las paredes. De repente me vino a la memoria el canto undécimo de La Ilíada y
le dejé su platito lleno de sangre. No le gustó nada y por la mañana encontré
todo desparramado. Volví a dejarle algo de sangre por la noche, aunque mezclada
con leche y unas cucharaditas de miel: le encantó. Desde entonces le preparo
unas papillas riquísimas con sangre, cereales, leche y galletas molidas. Sigue
desparramándome las cosas, pero ya no se da porrazos y a veces siento cómo
corre curioso detrás de mí. Quizás me haya cogido cariño. Tal vez ya no me
tenga miedo. ¡Angelito!, si hubiera comido así desde el principio nunca lo
hubiera estrangulado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario